Por
Jesús Torres Rivero
Hablar de bautizos o hacer su crónica, nos
resultará siempre placentero. Porque se hace inevitable recordar, con
nostalgia, cuando por las tardes esperábamos aquella fiesta, algunos en el
atrio del templo de Santa Inés de Cumaná y otros situados bajo los frondosos
apamates que bordeaban sus escalinatas, construidas en la época del Presidente
Rojas Paúl y destruidas por la estupidez de edificar las actuales. ¡Aquellos
apamates! – aquí se impone un réquiem – que nos daba su floración cada Semana
Santa, quedaron sepultados bajo el peso de los cerebros de macadam de los adoradores del “progreso”.
Hagamos memoria – devolvamos la película – y veamos
llegar frente a la Iglesia los distintos séquitos, o comitivas, que descubrían
el origen e “importancia social” de las criaturas e individuos traídos para
salvarlos del Limbo.
Vestidos elegantemente, los de mayor boato
llegaban en fila de automóviles y bajaban éstos, además de los padres de la
criatura por bautizar, de otros familiares, de la madrina y del padrino, y de
los invitados, una especial cargadora con el niño, la denominada Madrina de Brazos.
Los de pocos recursos económicos se presentaban
a pie, y el séquito apenas si lo integraban la madrina y el padrino, el niño,
el papá o la mamá, una tía o un tío.
Cualquiera que fuese la comparsa, sabíamos del
sexo del muchachito por el color de la cinta amarrada a su cabeza o por su
vestido, rosado si era hembra, azul si era varón; pues todavía persistía esa
simbología cuyo origen se remonta a la Edad Media.
Y mientras entraba el séquito al templo
lográbamos algunos comentarios, - aunque no muchos, es la verdad – que nos
develaron situaciones dignas de El Decamerón y de El Corbacho, cuando a sotto voce y con evidente malignidad
alguien dejaba caer: “el papá será el
padrino y la mamá su comadre”, o “Al
papá de la madrina lo hicieron de la criatura”, o también éste que, en
honor de la verdad, oímos una sola vez: “El
cura puso el niño y el sacramento”.
Empero, la verdadera “importancia social” de
los bautizados se conocía, ya concluida la ceremonia, al salir el séquito de la
Iglesia y una vez que todos gritáramos “¡La mariquita padrino, la mariquita!”
o “¡Una mariquita, padrino, una mariquita!”. Al oír estas peticiones,
el padrino asumía la pose que le otorgaba su escalón social. Los económicamente
solventes debían lanzar puñados de monedas de plata de veinticinco céntimos a
los que gritaban; pero, en una oportunidad, presenciamos la obscena ostentación
de ver lanzar “morocotas” y “fuertes de plata”. No obstante esta excepción, la
mayoría de los padrinos cumplían con el pedimento público y lanzaban puñados de
mariquitas o de mariquitas de a medio, que
así llama popularmente la gente de Cumaná a la moneda de veinticinco céntimos.
Estas expresiones no aparecen en el Diccionario de Venezolanismos (Tomo I), ni
aparecen recogidas por el Profesor Ángel Rosenblat. También en Cumaná mariquita
tiene la acepción de “hombre afeminado” que contempla el Diccionario de la
Academia.
Siempre decimos que hay de todo en la viña del
Señor. Así teníamos padrinos pródigos y padrinos pichirres o avaros. Estos
últimos, endurecidos de corazón y codo y de manos entumecidas, lo que lanzaban
eran unos pocos cobres, que así le
dicen por aquí a las monedas de cinco céntimos, a los centavos, tal vez por la
circunstancia de haber sido acuñados con ese metal (cobre). Con otra acepción
aparece cobre en los citados
Diccionarios y en Rosemblat. A estos padrinos pichirres los cumaneses les
endilgaban el calificativo de pichicatos,
expresión típica de Cumaná, la cual es citada – de paso y sin comentarios – por
Rosemblat en “Buenas y Malas Palabras”, pág. 449, Tomo I, Monte Ávila, 1984; y
su aparición (de pichicato) se debió – más que seguro – por ser esta una ciudad
con larga e importante estirpe musical y literaria.
Bibliografía:
Rivero, Jesús Torres (1992). Voces y Expresiones (Humor, Historia y
Amor). Editorial Marco Tulio Badaracco. Asociación de Escritores del Estado
Sucre.