Abr
2018

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Mariquitas, Cobres y Pichicatos


Por Jesús Torres Rivero

Hablar de bautizos o hacer su crónica, nos resultará siempre placentero. Porque se hace inevitable recordar, con nostalgia, cuando por las tardes esperábamos aquella fiesta, algunos en el atrio del templo de Santa Inés de Cumaná y otros situados bajo los frondosos apamates que bordeaban sus escalinatas, construidas en la época del Presidente Rojas Paúl y destruidas por la estupidez de edificar las actuales. ¡Aquellos apamates! – aquí se impone un réquiem – que nos daba su floración cada Semana Santa, quedaron sepultados bajo el peso de los cerebros de macadam de los adoradores del “progreso”.

Hagamos memoria – devolvamos la película – y veamos llegar frente a la Iglesia los distintos séquitos, o comitivas, que descubrían el origen e “importancia social” de las criaturas e individuos traídos para salvarlos del Limbo.

Vestidos elegantemente, los de mayor boato llegaban en fila de automóviles y bajaban éstos, además de los padres de la criatura por bautizar, de otros familiares, de la madrina y del padrino, y de los invitados, una especial cargadora con el niño, la denominada Madrina de Brazos.

Los de pocos recursos económicos se presentaban a pie, y el séquito apenas si lo integraban la madrina y el padrino, el niño, el papá o la mamá, una tía o un tío.
Cualquiera que fuese la comparsa, sabíamos del sexo del muchachito por el color de la cinta amarrada a su cabeza o por su vestido, rosado si era hembra, azul si era varón; pues todavía persistía esa simbología cuyo origen se remonta a la Edad Media.

Y mientras entraba el séquito al templo lográbamos algunos comentarios, - aunque no muchos, es la verdad – que nos develaron situaciones dignas de El Decamerón y de El Corbacho, cuando a sotto voce y con evidente malignidad alguien dejaba caer: “el papá será el padrino y la mamá su comadre”, o “Al papá de la madrina lo hicieron de la criatura”, o también éste que, en honor de la verdad, oímos una sola vez: “El cura puso el niño y el sacramento”.

Empero, la verdadera “importancia social” de los bautizados se conocía, ya concluida la ceremonia, al salir el séquito de la Iglesia y una vez que todos gritáramos “¡La mariquita padrino, la mariquita!” o “¡Una mariquita, padrino, una mariquita!”. Al oír estas peticiones, el padrino asumía la pose que le otorgaba su escalón social. Los económicamente solventes debían lanzar puñados de monedas de plata de veinticinco céntimos a los que gritaban; pero, en una oportunidad, presenciamos la obscena ostentación de ver lanzar “morocotas” y “fuertes de plata”. No obstante esta excepción, la mayoría de los padrinos cumplían con el pedimento público y lanzaban puñados de mariquitas o de mariquitas de a medio, que así llama popularmente la gente de Cumaná a la moneda de veinticinco céntimos. Estas expresiones no aparecen en el Diccionario de Venezolanismos (Tomo I), ni aparecen recogidas por el Profesor Ángel Rosenblat. También en Cumaná mariquita tiene la acepción de “hombre afeminado” que contempla el Diccionario de la Academia.

Siempre decimos que hay de todo en la viña del Señor. Así teníamos padrinos pródigos y padrinos pichirres o avaros. Estos últimos, endurecidos de corazón y codo y de manos entumecidas, lo que lanzaban eran unos pocos cobres, que así le dicen por aquí a las monedas de cinco céntimos, a los centavos, tal vez por la circunstancia de haber sido acuñados con ese metal (cobre). Con otra acepción aparece cobre en los citados Diccionarios y en Rosemblat. A estos padrinos pichirres los cumaneses les endilgaban el calificativo de pichicatos, expresión típica de Cumaná, la cual es citada – de paso y sin comentarios – por Rosemblat en “Buenas y Malas Palabras”, pág. 449, Tomo I, Monte Ávila, 1984; y su aparición (de pichicato) se debió – más que seguro – por ser esta una ciudad con larga e importante estirpe musical y literaria.

Bibliografía:

Rivero, Jesús Torres (1992). Voces y Expresiones (Humor, Historia y Amor). Editorial Marco Tulio Badaracco. Asociación de Escritores del Estado Sucre.