Abr
2018

La iniciativa que faltaba

Sucre Digital ofrece herramientas para los emprendedores, artículos para los investigadores, apoyo al turista y guia y mapa de productos y servicios para todo el mundo. ¡Este es el portal que te ayuda a crecer!

Herramientas para emprendedores

Anecdotario Cumanés

Porque necesitamos urgentemente una nueva pespectiva de la ciudad. ¡Esperamos que lo disfruten!

Artículos más recientes

Una conversación con el escritor Luis Aristimuño


“Saber leer me pareció cosa mágica”


Luis Aristimuño nació en Cumaná el 2 de enero de 1952. Licenciado en Educación y Magister en Literatura Venezolana, actualmente es profesor jubilado de la Universidad de Oriente. Ha editado los libros Voces (cuentos, 1990). I Premio del Concurso del IPAS-ME, Los ojos del ángel (cuentos, 2005). Dirección de Cultura y Extensión de la UDO y Asociación de Profesores Núcleo de Sucre, Los restos del Rey Zamuro (Novela, 2016). Edición digital. Portal Amazon. https://www.amazon.com/Los-restos-del-zamuro-Spanish. Tiene inédito el libro de cuentos Pajuelas en el cielo.

- ¿Recuerdas cuando comenzaste a escribir? ¿Recuerdas las circunstancias, o el impulso, que te llevó a ello?
Comencé a escribir a los nueve o diez. Claro, no tenía ni la intención ni el convencimiento de que iba a intentar hacer tal cosa de manera formal. Lo que recuerdo es que me gustaba la lectura. Saber leer me pareció cosa mágica y la escritura vino como corolario. Tuve, además, una enseñanza complementaria a la escuela con una maestra poco común entre nosotros: una monja, la Madre Elías, colombiana de nacimiento y ya anciana, a la que habían separado de muchas de sus actividades en un colegio de muchachas díscolas. De manera que convino con mi padre, que en ese tiempo se ocupaba de atender las tierras donde estaba enclavada esa institución, y que ahora es un liceo, en darme clases --yo diría que eran más bien talleres—de lectura y escritura. Era sumamente estricta y rezongona, pero estaba encantada con mi interés. Y el primer texto se dio una vez que mi mamá se enfermó de gravedad y me puse a pensar que si se moría se acabaría el mundo. Una noche tomé mi cuaderno y escribí varias páginas. Recuerdo vagamente que los párrafos comenzaban con un ritornelo que decía “Si me madre se me muere…” y luego seguían algunas desgraciadas circunstancias que habrían de llegar. Por causas desconocidas, el escrito fue descubierto por una de mis hermanas, quien se lo leyó al resto de la familia. Y una vez yo entré de la calle a la sala de mi casa y estaban todos llorando y comenzaron a mirarme de forma extraña y yo creí que había llegado el final y comencé a llorar también. Pero mi hermana me tomó del brazo, me alejó un poco y me dijo: “No es por ella. Lloramos por lo que escribiste”. Como dije, empecé a escribir muy niño, pero me enserié en esa lid mucho tiempo después, creo que bastante tarde. Más o menos a los 30 o algo más. De hecho, mi primer libro, “Voces”, apareció en 1990, cuando ganó el Concurso de cuentos patrocinado por el IPAS-ME. Laboraba como maestro de primaria.

- ¿Qué autores estabas leyendo en ese momento? ¿Qué autores importantes se han agregado en los años siguientes que sean significativos para ti?
En cuanto a los autores en específico de ese momento recuerdo a una buena cantidad de autores de libros de aventuras que había en un Centro de Recreación Dirigida del Consejo Venezolano del Niño (CVN), los famosos CRD, institución ya desaparecida, por desgracia, que atendía a los niños el medio día en que no teníamos clases en la escuela. Y había uno cercano a mi casa. Para ingresar se debían cumplir varias condiciones: la primera y principal, que fuera en un turno, mañana o tarde, distinto al de las clases. Si descubrían que tenías clase, te llevaban a la escuela y te suspendían del centro por varias jornadas. Luego, debías leer por lo menos una hora en la biblioteca, que tenía, como ya dije, una gran variedad de autores clásicos de libros de aventuras, entre los cuales puedo recordar a Julio Verne (casi toda la obra), R.L. Stevenson, Emilio Salgari, Alejandro Dumas, casi todo Mark Twain, J. Fenimore Cooper, Charles Dickens, Louise May Alcott, (podría pasar un buen tiempo si me propongo recordarlos a todos) entre otros muchos. Había una autora inglesa, Enyd Blyton, una de mis preferidas de ese tiempo, precursora de J. K. Rowling, de varios libros sobre un grupo de niños que viven aventuras llenas de tensión y misterio en cada período vacacional en que salían a diversos lugares (Después me enteré que ella fue una de las más prolíficas y leídas de su tiempo (1897-1968) con setecientas y tantas obras escritas y más de cien millones de ejemplares vendidos). Solo después de leer podías pasar al interior, a las canchas y campos, a practicar deportes, que eran dirigidos por entrenadores de Básquet ball, Volley ball, béisbol, futbol y natación. Mensualmente declarabas cuántos libros habías leído y la bibliotecaria te hacía algunas preguntas sobre el contenido para cerciorarse de que era verdad, pues se entregaba un premio al que hubiera leído más. Ni que decir tengo que muchas veces me quedaba toda la tarde o toda la mañana en la biblioteca y no practicaba deportes. Y que ganaba casi todas las veces los premios. Y sin hacer trampas.
Además, uno de mis hermanos mayores (de siete), que para ese tiempo tenía 18 y estudiaba en la UDO-Sucre, se empató con una dama mayor que él que era lectora empedernida y compraba colecciones de autores clásicos. Recuerdo haber leído en toda una noche (ya era un incurable lector nocturno que preocupaba a mi mamá al encontrarme a las dos o tres de la mañana perfectamente dedicado a esta actividad con una persistencia incomprensible para ella y mis hermanos) el Germinal, de Emile Zola. Por la naturaleza dramática de este libro fue una experiencia tremenda, entre el llanto y el desvelo. También me acerqué con mucho a Balzac (la cuñada tenía una colección, de Aguilar, creo, con las noventa y pico novelas de La comedia humana). En fin, mi cercanía primera fue mayormente con clásicos, incluyendo a los nacionales, Gallegos (Doña Bárbara, Cantaclaro, los cuentos), Miguel Otero Silva, Antonio Arráiz, entre otros.
Y puedo agregar que, durante mi adolescencia a veces, en vacaciones, hacía algún trabajo para traer dinero a casa –trabajé de ayudante de plomero y de albañil—y de esos días recuerdo algo que extraño de aquel país de entonces: podía, con ese humilde emolumento, comprar libros cada semana al recibir la paga. Y no de los de la sección de remates, sino de los estaban en las vidrieras: los últimos best sellers o los novelistas de más fama (así adquirí los Cortázar y los Borges). Para luego esperar la versión cinematográfica que, con toda seguridad, llegaría. Podía vanagloriarme ante mis amigos a la salida del cine con la frase: Yo leí el libro.
Sin pretender exhaustividad ni certeza en los autores que me han marcado, juraría que Julio Cortázar tiene mucho que ver. A veces me sorprende –bueno, ya no tanto— utilizar modismos que vienen, indudablemente, de este autor. También creo que la narrativa de Borges me ha marcado, sobre todo por la elegancia, por el ritmo y la tesitura. Y existe otra influencia que, sin duda, está allí, manifiesta en los giros que siempre me atraen del barroco fiestero: me refiero a las novelas y ensayos de Severo Sarduy (sobre Maitreya, una de sus obras, realicé mi trabajo de Grado en la Universidad). Creo que debido a esta influencia a veces me atrevo jugar con oraciones largas que vayan dando vueltas sobre sí mismas. Juego peligroso porque muchas veces se termina creando una sinrazón, pero me gusta arriesgarme con la esperanza de conseguir alguna afortunada expresión. También me impresionaron mucho los relatos de Dylan Thomas. Y la prosa de Roberto Bolaño. En fin, no creo poderme quedar con uno o dos autores de influencia definitiva en mi humilde ejercicio escritural.

- ¿Qué importancia le concedes al lenguaje en tu trabajo literario?
El lenguaje o más bien la relación del escritor con el lenguaje significa todo en la escritura. Si no está atraído por él sería imposible escribir. Y esto para mí significa sentir la incomparable y tentadora sensación de poder descubrir campos velados, extraños mundos y sensaciones tan placenteras como el sexo. Cada relato, desde sus primeras manifestaciones en la imaginación del redactor, exige una estrategia discursiva diferente. Y el autor tiene que planificarla, sentirla, para que pueda tomar cuerpo. Es esa capacidad infinita de acoplarse a las necesidades de la narración lo que hace que el lenguaje sea la base y la coronación del relato. A mi me enamora el ritmo. Creo poder discernir cuando el ritmo no está funcionando, ya sea por las palabras utilizadas o por los giros. De allí que mi mayor trabajo en la relectura y corrección es tratar de obtener --.que lo logre es otra cosa-- un texto bien balanceado, que pueda ser leído sin sobresaltos, tersamente. De allí que comulgue con lo que decía Carver de auto nombrarse, en vez de escritor, “cincelador de textos” o algo así.

- ¿Con qué autores, contemporáneos o no, crees que dialoga tu literatura?
La verdad es tal cosa nunca me ha preocupado ni sabría identificarlos. O más bien debería decir que creo que con muchos a quienes debo la gracia de poder crear textos narrativos. Además, de saberlo, trataría de alejarme de su influencia. Cuando escribo algunas cosas, como las relacionadas con crímenes, me aparece que vuelvo a los tiempos en que leía mucha literatura negra, pero solo para no parecerme tanto. Y cuando se trata de relaciones de parejas me recuerda a Corín Tellado, a quien también leí profusamente, y trato de borrar todo parecido.

- ¿Percibes alguna transformación entre lo que querías escribir cuando comenzaste y lo que escribes actualmente?
La gran diferencia entre los que hacía en los primeros tiempos y los textos de ahora se encuentra básicamente en la exigencia y autocrítica a la que los someto para tratar de eliminar todo lo que pueda para acercarme a la expresión más cercana y escueta –y, si se puede, brillante, insólita— que exprese  la idea o la imagen buscada. Aparte de que ahora me importa mucho más la tarea escritural, la que trato de ejercer a diario, cotidianidad que la mala situación del país dificulta debido a lo trabajoso que resulta sobrevivir; hacer que marche la casa que nos abriga y nos brinda la tranquilidad necesaria para sentarnos a escribir.